
Todavía me acuerdo de la primera vez que entré a la página de Adidas. Se me ocurrió abrirme un usuario, y cuando fui haciendo todos los pasos me encontré con la pregunta: “¿Cuál es tu imposible?”. No lo dudé: “Correr mi primer maratón”.
Resulta que más tarde vine a descubrir que cada vez que entraba a esa página, cada vez que me logueaba, me recordaba “mi imposible”…
Y estaba bien, porque, al fin y al cabo, lo era. ¿Correr una maratón? Sí, un sueño.
2007. Junio, julio. No recuerdo cuándo fue que me di cuenta de que no era una locura pensar en correrla. Fueron pasando los meses, me fui armando un entrenamiento (en gran parte, sacando información de internet) y de a poco cai en que la cosa era francamente probable.
En septiembre entré en los Circuitos Adidas, y conocí a quien me terminó de dar el empuje final. Marina. Recuerdo algún entrenamiento compartido, un domingo a la mañana, tempranísimo, en el Rosedal, también recuerdo sus palabras de aliento, repitiéndome que me tenía toda la fe y su constante preocupación por saber cómo estaba con el plan que de a poco me iba armando.
Y ahí fue cuando planteamos el objetivo: 3 horas y 15 minutos. Ese era el tiempo a hacer.
Se fue acercando la fecha, el 4 de noviembre, y tanto los temores como los nervios iban en marcado aumento. Miedo a lesionarse, a enfermarse, claro, pero los peores miedos estaban encerrados en una sola palabra: “llegar”.
Creo que para un debutante en la distancia no existe miedo mayor. ¿Podré? ¿Aguantaré 42,195?
Y eso se sumaba a la bien intencionada presión de los amigos, de la familia, preguntándote unos, motivándote otros, regalándote algunos más aquel “estas loco” a modo de ciega motivación.
Y la cabeza que no paraba. No había manera de pensar en otra cosa. Me acuerdo lo que fue la última semana en el trabajo: me la pasaba colgado imaginando la carrera, pero más que nada la llegada. Estaba seguro que, de llegar, lo haría a pura lágrima (creo que a casi todos los debutantes les sucede). Correr la maratón era el gran sueño.
La noche de sábado a domingo, claro está, no dormí casi nada. Venia leyendo que era algo habitual en los que la corrían por primera vez, y que inclusive le sucede a los que ya han participado varias veces.
Me desperté a las 4 de la mañana, porque a las 6 salía el micro desde Retiro, solo para corredores. Ahí conocí a alguno que otro, con quienes nos quedamos charlando inclusive hasta minutos antes de la largada.
-“No, si es tu debut, olvidate del reloj, de hacer 3:15. Tenes que pensar en llegar y nada más”-. Y tenían razón… pero no queria escucharlos.
Llegamos a la zona de la largada y era tempranísimo. No había nadie. Sí estaba el frío para acompañarnos. Creo que esa vez lo sentí más que nunca.
La hora se fue acercando, y con los últimos preparativos intentaba bajar la ansiedad. No había manera.
Y largamos. Una emoción inmensa. Estaba comenzando a correr la carrera que tanto venia imaginando. La que me había quitado el sueño. Y los nervios, de a poco, se fueron quedando atrás.
¿Sensaciones? Físicamente, alguna pequeña molestia, fruto de una mala entrada en calor (por aquella época no tenia mucha idea de la importancia que tenia). Mentalmente, un estado de concentración que pocas veces logré.
Corrí con un brazalete que me marcaba los tiempos que tenia que ir haciendo cada 5 kms. para llegar a cumplir con el objetivo final. Lo iba controlando y notaba que estaba mejor de lo que los datos me marcaban. Eso me alegraba, pero sabía que no podía acelerarme. Tenía en la cabeza los varios consejos recibidos.
La zona de la Autopista, la parte inicial, fue ciertamente dura. Subidas y bajadas, más la pequeña molestia que tenía, me hacían estar con algún miedo. Pero lo que más quería era salir de ahí porque, tal cual me habían comentado, lo mejor venía después, cuando uno podía cruzar gente y recibir el aliento, con lo importante que eso es para un corredor.
Habiendo entrado en la ciudad, comprobé que era así. En cada esquina uno se cruzaba con grupos de personas que te aplaudían, te alentaban, uf, eso aún hoy me emociona.
Llegando a la Media, por La Boca, tuve la fortuna de cruzarme con un corredor con el que teníamos un ritmo parecido, y que iba apoyado por dos personas en bicicletas: uno filmando, y el otro llevándole agua y demás.
Desde ahí hasta el final fuimos juntos. Fueron fundamentales.
El aliento que recibí de parte de ellos fue impagable. Me acuerdo que el que iba con el agua me contaba de todo, me decía “no hables, yo te hablo”. Hasta me invitó a comer un asado cuando fuera a su pueblo (no recuerdo de dónde eran!).
A partir del km. 30 me encontré con lo que tanto me anunciaban. “La carrera empieza en el 30”, solía leer y escuchar. Y era así. Sólo quedaban 12, pero serían los más bravos.
Toda la zona de la Costanera se me hizo cuesta arriba. Sentía que me costaba levantar los pies del suelo. Había leído que cuando eso pasaba lo mejor era apelar al corazón, a la cabeza. Y comencé a recordar los entrenamientos con frío, con lluvia, la cantidad de cosas que había dejado para poder entrenar, los amigos enojándose con uno por no compartir salidas, la gente cercana que tanto se había preocupado los últimos días, los amigos y mi vieja en la llegada. Todo eso ayudaba. Apelar al corazón y a la cabeza era, ciertamente, una excelente táctica.
Y fuimos llegando a la zona de Ciudad Universitaria. Sabía que el final estaba cerca, que lo estaba logrando, pero no daba más. A partir de ahí me costaba sacarme la imagen de la llegada. Toda la carrera había luchado contra eso y lo había logrado. Pero faltando tan poco ya no podía. Estaba a punto de cumplir un sueño.
Por esa zona las callecitas se iban angostando, dábamos algunas vueltas, y muy cada tanto aparecía el cartel que te empujaba avisándote que entrabas en un km más. Pasaban el 38, el 39, el 40, y no lo podía creer: estaba llegando.
Los últimos kms los hice con un nudo en la garganta, imposible de desatar. Recuerdo cuando entré en una recta que creo que era larguísima: lleno de gente a los costados, y todos decían lo mismo: “dale que faltan 500 metros”. Y así todo el tiempo. Fueron 500 metros eternos!
Pero la meta no aparecía.
Divisé el segundo cartel más esperado, el que me gritaba que estaba en el km 42. Moría de la emoción. Aunque la meta seguía sin aparecer!
Miraba hacia adelante y solo veía gente y pavimento. De pronto una curva me invitó a girar a la izquierda, y ahí sí, lo vi: el cartel de “LLEGADA”. La palabra que todo corredor más desea ver.
Tenia la intención, por desconocimiento, del último Km. subir el ritmo. Obviamente no podía. Pero sí me di el gusto de, esos últimos metros, apretar el acelerador. O al menos eso me pareció a mí (seguramente iría al mismo ritmo que antes, pero ni cuenta me daba).
Y llegué. 3:06:53. No entendía nada. Estaba emocionado, feliz, cansado, con ganas de ver caras conocidas, de abrazar a todo el mundo.
Una de las más grandes emociones de mi vida. Un recuerdo imborrable.
Hoy, algo menos de un año después, me encuentro preparando la que será mi segunda maratón. La que, como cierta vez lei, “te convierte en maratoniano”.
Con la ilusión de bajar el tiempo. Volviendo loca a la más grosa de todas, a la que con sus conocimientos y su empuje logra que uno pueda ir avanzando.
Saún, Terzo, gracias por brindarnos, a sus entrenados, el espacio para contar nuestras experiencias. Pero más gracias por todo lo que nos ofrecen día a día, por el apoyo, por la confianza.
Marina, perdón si esto termina como una carta de agradecimiento, pero sabés que este relato es posible gracias a todos tus consejos, a tus ganas, a tus enseñanzas.
Cada vez que noto avances, sean pequeños o grandes, tengo en claro que es gracias a vos. Me has repetido varias veces que te incomodan los elogios, pero es así.
Mis agradecimientos serán eternos, en cada entrenamiento cumplido, en cada carrera terminada.
Gracias a tu banca me di cuenta: la Maratón es posible.
Resulta que más tarde vine a descubrir que cada vez que entraba a esa página, cada vez que me logueaba, me recordaba “mi imposible”…
Y estaba bien, porque, al fin y al cabo, lo era. ¿Correr una maratón? Sí, un sueño.
2007. Junio, julio. No recuerdo cuándo fue que me di cuenta de que no era una locura pensar en correrla. Fueron pasando los meses, me fui armando un entrenamiento (en gran parte, sacando información de internet) y de a poco cai en que la cosa era francamente probable.
En septiembre entré en los Circuitos Adidas, y conocí a quien me terminó de dar el empuje final. Marina. Recuerdo algún entrenamiento compartido, un domingo a la mañana, tempranísimo, en el Rosedal, también recuerdo sus palabras de aliento, repitiéndome que me tenía toda la fe y su constante preocupación por saber cómo estaba con el plan que de a poco me iba armando.
Y ahí fue cuando planteamos el objetivo: 3 horas y 15 minutos. Ese era el tiempo a hacer.
Se fue acercando la fecha, el 4 de noviembre, y tanto los temores como los nervios iban en marcado aumento. Miedo a lesionarse, a enfermarse, claro, pero los peores miedos estaban encerrados en una sola palabra: “llegar”.
Creo que para un debutante en la distancia no existe miedo mayor. ¿Podré? ¿Aguantaré 42,195?
Y eso se sumaba a la bien intencionada presión de los amigos, de la familia, preguntándote unos, motivándote otros, regalándote algunos más aquel “estas loco” a modo de ciega motivación.
Y la cabeza que no paraba. No había manera de pensar en otra cosa. Me acuerdo lo que fue la última semana en el trabajo: me la pasaba colgado imaginando la carrera, pero más que nada la llegada. Estaba seguro que, de llegar, lo haría a pura lágrima (creo que a casi todos los debutantes les sucede). Correr la maratón era el gran sueño.
La noche de sábado a domingo, claro está, no dormí casi nada. Venia leyendo que era algo habitual en los que la corrían por primera vez, y que inclusive le sucede a los que ya han participado varias veces.
Me desperté a las 4 de la mañana, porque a las 6 salía el micro desde Retiro, solo para corredores. Ahí conocí a alguno que otro, con quienes nos quedamos charlando inclusive hasta minutos antes de la largada.
-“No, si es tu debut, olvidate del reloj, de hacer 3:15. Tenes que pensar en llegar y nada más”-. Y tenían razón… pero no queria escucharlos.
Llegamos a la zona de la largada y era tempranísimo. No había nadie. Sí estaba el frío para acompañarnos. Creo que esa vez lo sentí más que nunca.
La hora se fue acercando, y con los últimos preparativos intentaba bajar la ansiedad. No había manera.
Y largamos. Una emoción inmensa. Estaba comenzando a correr la carrera que tanto venia imaginando. La que me había quitado el sueño. Y los nervios, de a poco, se fueron quedando atrás.
¿Sensaciones? Físicamente, alguna pequeña molestia, fruto de una mala entrada en calor (por aquella época no tenia mucha idea de la importancia que tenia). Mentalmente, un estado de concentración que pocas veces logré.
Corrí con un brazalete que me marcaba los tiempos que tenia que ir haciendo cada 5 kms. para llegar a cumplir con el objetivo final. Lo iba controlando y notaba que estaba mejor de lo que los datos me marcaban. Eso me alegraba, pero sabía que no podía acelerarme. Tenía en la cabeza los varios consejos recibidos.
La zona de la Autopista, la parte inicial, fue ciertamente dura. Subidas y bajadas, más la pequeña molestia que tenía, me hacían estar con algún miedo. Pero lo que más quería era salir de ahí porque, tal cual me habían comentado, lo mejor venía después, cuando uno podía cruzar gente y recibir el aliento, con lo importante que eso es para un corredor.
Habiendo entrado en la ciudad, comprobé que era así. En cada esquina uno se cruzaba con grupos de personas que te aplaudían, te alentaban, uf, eso aún hoy me emociona.
Llegando a la Media, por La Boca, tuve la fortuna de cruzarme con un corredor con el que teníamos un ritmo parecido, y que iba apoyado por dos personas en bicicletas: uno filmando, y el otro llevándole agua y demás.
Desde ahí hasta el final fuimos juntos. Fueron fundamentales.
El aliento que recibí de parte de ellos fue impagable. Me acuerdo que el que iba con el agua me contaba de todo, me decía “no hables, yo te hablo”. Hasta me invitó a comer un asado cuando fuera a su pueblo (no recuerdo de dónde eran!).
A partir del km. 30 me encontré con lo que tanto me anunciaban. “La carrera empieza en el 30”, solía leer y escuchar. Y era así. Sólo quedaban 12, pero serían los más bravos.
Toda la zona de la Costanera se me hizo cuesta arriba. Sentía que me costaba levantar los pies del suelo. Había leído que cuando eso pasaba lo mejor era apelar al corazón, a la cabeza. Y comencé a recordar los entrenamientos con frío, con lluvia, la cantidad de cosas que había dejado para poder entrenar, los amigos enojándose con uno por no compartir salidas, la gente cercana que tanto se había preocupado los últimos días, los amigos y mi vieja en la llegada. Todo eso ayudaba. Apelar al corazón y a la cabeza era, ciertamente, una excelente táctica.
Y fuimos llegando a la zona de Ciudad Universitaria. Sabía que el final estaba cerca, que lo estaba logrando, pero no daba más. A partir de ahí me costaba sacarme la imagen de la llegada. Toda la carrera había luchado contra eso y lo había logrado. Pero faltando tan poco ya no podía. Estaba a punto de cumplir un sueño.
Por esa zona las callecitas se iban angostando, dábamos algunas vueltas, y muy cada tanto aparecía el cartel que te empujaba avisándote que entrabas en un km más. Pasaban el 38, el 39, el 40, y no lo podía creer: estaba llegando.
Los últimos kms los hice con un nudo en la garganta, imposible de desatar. Recuerdo cuando entré en una recta que creo que era larguísima: lleno de gente a los costados, y todos decían lo mismo: “dale que faltan 500 metros”. Y así todo el tiempo. Fueron 500 metros eternos!
Pero la meta no aparecía.
Divisé el segundo cartel más esperado, el que me gritaba que estaba en el km 42. Moría de la emoción. Aunque la meta seguía sin aparecer!
Miraba hacia adelante y solo veía gente y pavimento. De pronto una curva me invitó a girar a la izquierda, y ahí sí, lo vi: el cartel de “LLEGADA”. La palabra que todo corredor más desea ver.
Tenia la intención, por desconocimiento, del último Km. subir el ritmo. Obviamente no podía. Pero sí me di el gusto de, esos últimos metros, apretar el acelerador. O al menos eso me pareció a mí (seguramente iría al mismo ritmo que antes, pero ni cuenta me daba).
Y llegué. 3:06:53. No entendía nada. Estaba emocionado, feliz, cansado, con ganas de ver caras conocidas, de abrazar a todo el mundo.
Una de las más grandes emociones de mi vida. Un recuerdo imborrable.
Hoy, algo menos de un año después, me encuentro preparando la que será mi segunda maratón. La que, como cierta vez lei, “te convierte en maratoniano”.
Con la ilusión de bajar el tiempo. Volviendo loca a la más grosa de todas, a la que con sus conocimientos y su empuje logra que uno pueda ir avanzando.
Saún, Terzo, gracias por brindarnos, a sus entrenados, el espacio para contar nuestras experiencias. Pero más gracias por todo lo que nos ofrecen día a día, por el apoyo, por la confianza.
Marina, perdón si esto termina como una carta de agradecimiento, pero sabés que este relato es posible gracias a todos tus consejos, a tus ganas, a tus enseñanzas.
Cada vez que noto avances, sean pequeños o grandes, tengo en claro que es gracias a vos. Me has repetido varias veces que te incomodan los elogios, pero es así.
Mis agradecimientos serán eternos, en cada entrenamiento cumplido, en cada carrera terminada.
Gracias a tu banca me di cuenta: la Maratón es posible.
10 comentarios:
Kamento no haberte visto en la llegada. Yo estuve ahí. Me emociona tu relato y te envidio. Y también sé que no todo es tan fácil, que se necesita cierta fuerza que no todos tienen. Vos sí y coincido también en que estás en las mejores manos para ayudarte a lograr lo que te propones. Cuánto queres hacer este año??? Cómo dicen los chinos Cuidado con lo que soñás, porque se puede cumplir. Fuerza y Adelante
vasco transplantado!!
Grotzo "Tunner"! Me gusto tanto el bla bla bla que el año que viene vamos hombro con hombro a Rosario!!!
Excelente relato y ahora de verdad... creo que tenes para mejorar mucho pero mucho mas de lo que crees.
A darle!
ale
Listo Terzo, tenemos un acuerdo: vos me dijiste que este año me hacías el aguante desde el 30, no? Bien, suscribo entonces lo que decis y el año que viene corremos en Rosagasario.
¿Firmado?
PD: Antes "Cabré", ahora "tunner". ¿Cual será el próximo? Vos sos un atorrante.
Lucas, vos tenes el merito de la constancia, que sumado a tus aptitudes fisicas y mezclado con una gran dosis de Marina Saun en el cocktel.- Estas preparando un trago que llamaremos. "El imbatible Lucas" Descubristes la formula del exito.-
Jajaja, gracias Julito pero... ¿no será mucho?
Sos un groso!!!
Lucas, te felicito. Y te deseo un gran éxito en BA Marathon... vamos el sub-3horas!
Quien será "lachicav"?
Como sea, muchas gracias por tus deseos, y si, ese será el objetivo!
Chica V... chica V... empieza con V de Vane...mmmm...
Sisisi, soy Vane! Olvidé firmar...
Beso Lucas, no me aflojes eh!
Ahhh!!!
Bueno, no afloje usted tampoco, señorita!
¿Como vienen sus objetivos?
Publicar un comentario